Si leemos detenidamente,
desde el principio, don Juan se nos presenta como un monstruo de
livianidad (v.249) y provocador:
por doquiera que voy / va el escándalo conmigo
(v.411-412). Cuando se encuentra con don Luis y ambos hacen gala de
sus “logros”, don Gonzalo ve qué clase de persona es su
apalabrado yerno y, horrorizado, jura incluso matar a su hija antes
de casarla con él:
Porque antes que
consentir
en que se case con
vos,
el sepulcro, ¡juro a
Dios!,
por mi mano la he de
abrir. (vv.736-739)
Por
su parte, don Diego, reniega de su hijo y huye de tal
mostruo, ya que como dice: […]
los hijos como tú / son hijos de Satanás
(vv.782-783).
Cuando
don Juan queda con Brígida para concretar el plan de enamorar a doña
Inés, la beata se da cuenta de que el galán es un diablillo,
como ella lo llama, pero pronto se ve un cambio de actitud en el
burlador, puesto que dice estar totalmente enamorado:
Empezó por una
apuesta,
siguió por un
devaneo,
engendró luego un
deseo,
y hoy me quema el
corazón. (vv.1310-1313)
y
ella, que lo creía libertino / sin alma y sin corazón (v.
1324-1325) se queda desconcertada.
Asistimos
aquí al principio de un cambio del satanismo inicial que hemos
comprobado anteriormente a un amante enamorado que terminará
convirtiéndose religiosamente.
Como
era de esperar, Inés también es víctima del poder diabólico de
don Juan y se siente rendida a su poder seductor por intervención de
Satanás:
Tal vez Satán puso en
vos
su vista fascinadora,
su palabra seductora,
y el amor que negó a
Dios (vv. 2240-2243)
A lo
que él niega diciendo:
quien pone este amor
en mí:
es Dios, que quiere
por ti
ganarme para él
quizás (vv.2264-2267)
Pero
Inés reconoce la culpa de su amor y acepta la sentencia divina
después de morir: su sepulcro será como una especie de purgatorio
donde tiene que esperar a quien mató a su padre, ya que al jurar
fidelidad a un amor infernal, su salvación quedará pendiente de la
decisión que tome don Juan.
Es a
partir de aquí donde Zorrilla ensalza la misericordia de Dios.
Don
Juan, cuando se queda solo frente al sepulcro que han levantado en lo
que antes era su casa, por petición de su padre, echa la vista atrás
y empieza a recordar toda su vida de delitos y de infames
aventuras y empieza a
arrepentirse de su pasado:
[…] después de
tantos años
cuyos recuerdos me
espantan,
siento que en mí se
levantan
pensamientos en mí
extraños (vv.2916-2919)
Vemos
en don Juan ciertas dudas respecto a la existencia divina, ya que no
está seguro de que entre toda la inmensidad del universo, haya un
Dios que le esté escuchando llorar sobre la tumba de su amada Inés.
[…] hay un Dios tras
esa anchura
por donde los astros
van,
dile que mire a don
Juan
llorando en tu
sepultura. (vv. 2970-2973)
Y es
precisamente la estatua del Comendador la que le asegura la
existencia de Dios y de que hay vida tras la muerte:
Dios asistir me
permite.
Y heme que vengo en su
nombre
a enseñarte la
verdad;
y es: que hay una
eternidad
tras de la vida del
hombre. (vv.3435-3439)
y es
él quien le avisa de que Dios le concede todavía un poco más de
tiempo para que se arrepienta de todos los delitos cometidos:
Dios, en su santa
clemencia,
te concede todavía,
don Juan, hasta el
nuevo día
para ordenar tu
conciencia (vv. 3448-3451)
Cuando
se le vuelve a aparecer la estatua de don Gonzalo, acompañado de
otras sombras, don Juan se muestra temeroso de que ya se le esté
agotando el tiempo y se lamenta de no haber conocido antes la
existencia de Dios:
¡Injusto Dios! Tu
poder
me hacer ahora
conocer,
cuando tiempo no me
das
de arrepentirme (vv.
3697-3699)
El
recuerdo de un pasado de pecado lo lleva a la desesperanza, ya que no
cree que sea posible borrar toda una vida de crímenes en un momento,
hasta que se da cuenta de que es a través de la fe por la que puede
alcanzar el perdón divino:
[…]
si es verdad
que un punto de
contrición
da a un alma la
salvación
de toda la eternidad,
yo, Santo Dios, creo
en Ti:
si es mi maldad
inaudita,
tu piedad es
infinita...
¡Señor, ten piedad
de mí! (vv. 3761-3769)
Y Dios te otorga por
mí
tu dudosa salvación.
Misterio es que en
comprensión
no cabe de criatura:
y sólo en vida más
pura
los justos
comprenderán
que el amor salvó a
don Juan
al pie de la
sepultura. (vv. 3787-3795)
Es en
este momento cuando asistimos a un caso de salvación por contrición
perfecta (según la Escolástica, la contrición perfecta requiere
que el dolor, el aborrecimiento del pecado y el propósito de no
pecar más se hagan por amor a Dios), ya que don Juan se duele, se
arrepiente y detesta por sus pecados y llama al Dios compasivo.
La
participación de doña Inés en la salvación del pecador es un caso
de la comunión de los santos, que según su sombra, movida por el
amor, ofreció su alma pura a Dios a cambio del alma impura de don
Juan, como hemos visto antes. Doña Inés se convierte de esta manera
en una especie de virgen mediadora ante la Providencia divina. Doña
Inés es la encarnación del amor divino y de la caridad cristiana.
Dicho
todo esto, y aunque veamos la religiosidad de manera tan clara en la
obra, en realidad, lo que prevalece en ella en todo momento en don
Juan es la libertad, el individualismo y el amor terrenal, puesto que
es él el que debe decidir si salvarse junto a doña Inés, a la que
dice ha amado siempre.