
“[...] ¡Qué nariz! No hubiera yo creído que la naturaleza
fuese capaz de llevar a tal extremo el pleonasmo, la hipérbole, la
amplificación. […]. En medio del horror que me causaba aquella
funesta mutación de escena, hubiera yo querido separarme de la
nariguda serrana sin incurrir en la nota de grosero. Hice increíbles
esfuerzos para articular una frase de galantería... ¡Imposible!
[...]”
Este fragmento pertenece al cuento Una nariz. Anécdota de
carnaval, aparecido en el número
III de la revista La
Alhambra,
en el año 1840, y escrito por Manuel Bretón de los Herreros.
Para
comentar este fragmento, debemos entender el honor con una acepción
subjetiva, es decir, como el juicio que cada uno tiene de sí mismo,
su autoestima.
Aquí
vemos cómo el galán menosprecia a la dama debido al tamaño de la
nariz, llegando incluso a la burla, diciéndole: “Tendré
mucho gusto en obsequiarla a usted, señorita, pero temo que esa
nariz usurpe las funciones de la boca. Si no se quita usted la
careta, no sé como...”,
cuando ella le pide que la invite a beber algo.
En
este sentido se ve dañado el honor de la serrana, como él la llama,
puesto que está ofendiendo su imagen. Al mismo tiempo que el
caballero la deshonra de esta manera al esquivarla y salir huyendo,
incluso, como hemos visto más arriba, al mofarse de ella, se está
desprestigiando a sí mismo, puesto que presumía de unos valores
intachables e insistía en que no pararía de admirar su belleza.
Cuando la dama se quita la máscara y muestra su gran nariz, el
lisonjero caballero, deja ver sus verdaderas intenciones, que no son
más que un interés en lo físico y lo material, dejando de lado los
verdaderos valores.
Esta
crítica la podemos extrapolar a la sociedad naciente de la época:
la sociedad burguesa que estaba surgiendo en aquellos tiempos daba
más valor a las apariencias y a los bienes materiales de las
personas que a su verdadera esencia.
Finalmente,
es la propia dama la que recupera su honor, al quitarse la nariz
postiza y dejar al descubierto la suya verdadera, acorde con la
delicadeza y perfección de las demás facciones de su rostro,
enseñándole al caballero que las apariencias engañan y que la
verdadera belleza de las personas está más allá de lo que se ve a
primera vista, dejando al galán sorprendido y avergonzado.
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