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Este fragmento que
tenemos a continuación, pertenece al momento en que Don Diego va en busca de Don Félix después de haber muerto
Doña Elvira.
En las figuras de
los dos personajes masculinos se plasman personalidades opuestas. Por un lado,
el hermano de Elvira: Don Diego. Éste es un hombre con arrestos, valiente y un
hombre de honor que arriesga su vida para vengar la muerte de su hermana. Por otro
lado, vemos la figura del amado de Doña Elvira: Don Félix de Montemar. Un hombre
movido por la obsesión de ser el mejor en todos los sentidos, orgulloso, que vive
el presente sin importarle el pasado y desprecia el dinero, a las mujeres y a
los hombres que ha matado.
Como vemos, Don
Diego recoge todas las características propias de un hombre de honor frente a
Montemar. Doña Elvira es un ser puro que se entrega en cuerpo y alma a Don
Félix, y este es un mujeriego que no valora ni lo más mínimo esto, por este
motivo a su hermano le mueve la venganza y quiere acabar con el indecente de
Montemar.
He aquí dicho fragmento:
“D. FÉLIX: Buen hombre, ¿de qué tapiz
se ha escapado, -el que se tapa-
que entre el sombrero y la capa
se os ve apenas la nariz?
D. DIEGO: Bien, don Félix, cuadra en vos
esa insolencia importuna.
D. FÉLIX: (Al TERCER JUGADOR sin hacer caso
de
D. DIEGO.)
Perdisteis.
JUGADOR TERCERO: Sí. La fortuna
se trocó: tiro y van dos.
(Vuelve a tirar.)
D. FÉLIX: Gané otra vez.
(Al embozado.) No he entendido
qué dijisteis, ni hice aprecio
de si hablasteis blando o recio
cuando me habéis respondido.
D. DIEGO: A solas hablar querría.
D. FÉLIX: Podéis, si os place, empezar,
que por vos no he de dejar
tan honrosa compañía.
Y si Dios aquí os envía
para hacer mi conversión,
no despreciéis la ocasión
de convertir tanta gente,
mientras que yo humildemente
aguardo mi absolución.
Desde el
principio del fragmento vemos la arrogancia de Don Félix ante un hombre que al
parecer no conoce y no sabe quien es. Demuestra en todo momento su arrogancia,
como bien le dice Don Diego. Éste se mantiene guardando las formas y soportando
la manera que utiliza Montemar para dirigirse a él.
D. DIEGO: (Desembozándose con ira.)
Don Félix,
¿no
conocéis
a don Diego de Pastrana?
D. FÉLIX: A vos no, mas sí a una hermana
que imagino que tenéis.
D. DIEGO: ¿Y no sabéis que murió?
D. FÉLIX: Téngala Dios en su gloria.
D. DIEGO: Pienso que sabéis su historia,
y quién fue quien la mató.
D. FÉLIX: (Con sarcasmo.)
¡Quizá alguna calentura!
D. DIEGO: ¡Mentís vos!
D. FÉLIX: Calma, don Diego,
que si vos os morís luego,
es tanta mi desventura,
que aún me lo habrán de achacar,
y es en vano ese despecho,
si se murió, a lo hecho, pecho,
ya no ha de resucitar.
D. DIEGO: Os estoy mirando y dudo
si habré de manchar mi espada
con esa sangre malvada,
o echaros al cuello un nudo
con mis manos, y con mengua,
en vez de desafiaros,
el corazón arrancaros
y patearos la lengua.
Que un alma, una vida, es
satisfacción muy ligera,
y os diera mil si pudiera
y os las quitara después.
Juego a mi labio han de dar
abiertas todas tus venas,
que toda su sangre apenas
basta mi sed a calmar.
¡Villano!
En este
momento vemos la desesperación de Don Diego que llega al límite tras escuchar
las palabras de Montermar. Éste se muestra indiferente ante la muerte de la
joven, y plasma por encima de todo su orgullo altanero que, sin duda, demuestra
que tiene una vez más.
(Tira de la espada; todos los jugadores se
interponen.)
TODOS: Fuera de aquí a armar quimera.
D. FÉLIX: (Con calma, levantándose.)
Tened, don Diego, la espada, y ved
que estoy yo muy sobre mí,
y que me contengo mucho,
no sé por qué, pues tan frío
en mi colérico brío
vuestras injurias escucho.
D. DIEGO: (Con furor reconcentrado y con la
espada
desnuda.)
Salid de aquí; que a fe mía,
que estoy resulto a mataros,
y no alcanzara a libraros
la misma virgen María.
Y es tan cierta mi intención,
tan resuelta está mi alma,
que hasta mi cólera calma
mi firme resolución.
Venid conmigo.
D. FÉLIX: Allá voy;
pero si os mato, don Diego,
que no me venga otro luego
a pedirme cuenta. Soy
con vos al punto. Esperad
cuente el dinero... uno... dos...
(A D. DIEGO.)
Son mis ganancias; por vos
pierdo aquí una cantidad
considerable de oro
que iba a ganar... ¿y por qué?
Diez... quince... por no sé qué
cuento de amor...¡un tesoro
perdido!... voy al momento.
Es un puro disparate
empeñarse en que yo os mate;
lo digo, como lo siento.
D. DIEGO: Remiso andáis y cobarde
y hablador en demasía.
D. FÉLIX: Don Diego, más sangre fría:
para reñir nunca es tarde,
y si aún fuera otro el asunto,
yo os perdonara la prisa:
pidierais vos una misa
por la difunta, y al punto...
D. DIEGO: ¡Mal caballero!
D. FÉLIX: Don Diego,
mi delito no es gran cosa.
Era vuestra hermana hermosa:
la vi, me amó, creció el fuego,
se
murió, no es culpa mía;
y admiro vuestro candor,
que no se mueren de amor
las mujeres de hoy en día.
D. DIEGO: ¿Estáis pronto?
D. FÉLIX: Están contados.
Vamos andando.
D. DIEGO: ¿Os reís?
(Con voz solemne.)
Pensad que a morir venís.
(D. FÉLIX sale tras de él, embolsándose el
dinero con
indiferencia.)
Son mil trescientos ducados”
Finalmente deciden
batirse en duelo ya que Don Diego estaba dispuesto a ello para vengar la muerte
de su hermana. Don Félix, se muestra calmado y sin miedos, siempre su ego y su
orgullo por encima de cualquier situación. Él no muestra dolor por la pérdida
de Doña Elvira y mucho menos cargo de conciencia ya que señala que ninguna dama
muere de amor y que si Elvira ha muerto es porque ese ha sido su destino, y que
Don Diego no puede culparlo de nada por mucho dolor que siente por la pérdida
de su hermana.